¿Será cierto que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás, no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen?
¿Será verdad que esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia?
¿Cómo podemos afrontar este malestar como cristianos?
Oyendo de nuevo en esta Cuaresma el grito de los profetas de ayer y de hoy que levantan su voz y nos despiertan.
Como la voz de san Pablo que nos dice: «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Cor 12,26)
Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. El cuerpo de Cristo no es sólo la Iglesia, es toda la humanidad.
Su amor le impide a Dios ser indiferente a lo que nos sucede. Cada uno de los seres humanos le interesa. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, para llegar a ser como Jesús, siervo de Dios y de sus hermanos y hermanas.
O como la voz de Dios que nos dice: « ¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9)
La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos y santas ya contemplan y gozan gracias a que, con Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, ellos caminan con nosotros, todavía peregrinos. ¿Sentimos esta animación de los santos y santas a participar de su victoria en nuestro caminar?
Si la misión es lo que el amor no puede callar, ¿será verdad que toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados?
¿Será posible que nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de nuestra propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
O como la voz de Santiago que nos dice: «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)
El Papa Francisco desea que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón.
¿Tener un corazón misericordioso significa tener un corazón débil? Pues, quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas.
Buena Cuaresma a todos y todas!
Juan Greffard, p.m.e
Padrecito Juan que linda reflexion que llega al corazon muchas gracias por compartirla… un abrazo…
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