La situación en los inicios de la misión… Primeros Recuerdos

jpeloquinLlegué a Toncontín el 12 de octubre de 1955 con tres compañeros: Santiago Greendale, Juan María Lemyre y Onil Abran. Nos recibió con los brazos abiertos el Arzobispo de la capital, el dinámico Monseñor José de la Cruz Turcios y Barahona, tan contento de ver llegar de repente esa cantidad de sacerdotes jóvenes que traían la noticia de que pronto iban a llegar muchos más. Lo acompañaba nuestro superior, el buen Padre Guillermo Aubuchon que había llegado a Honduras (Choluteca) solamente tres meses antes, es decir, en junio, con el Padre Enrique Coursol, hoy retirado en Canadá. Poco tiempo después (2 de febrero de 1956) llegó el Padre Juan Pablo Guillet, ex misionero de Cuba.

El querido Monseñor Turcios nos encontró un lugar para dormir y fue justamente en la parroquia María Auxiliadora (la del mercado San Isidro) y ahí tuvimos la suerte de conocer al Padre Héctor Enrique Santos, cura párroco que después fue nombrado obispo de Santa Rosa de Copán, y finalmente Arzobispo de Tegucigalpa.

Temprano al día siguiente Monseñor nos mandó a Choluteca en un jeep abierto, hecho para recoger todo el polvo de la carretera. En ese tiempo el camino estaba cortado por una infinidad de pequeños puentes de madera. Al llegar a los puentes había que parar el vehículo, doblar a 90 grados, pasar con infinito cuidado sobre los tres tablones calculados para cada rueda, después doblar otra vez para seguir el río, esperando al puente siguiente que no se hacía esperar mucho. Muchas veces el puente ya no existía y había que cruzar el río en el agua.

Llegamos a Choluteca muy tarde en la noche, bajo la lluvia del temporal que continuó durante todo el mes de octubre, prácticamente día y noche.

Me pareció largo este primer viaje por la carretera polvorienta del Sur, pero ¿qué decir de mi primera salida hacia la aldea del Guayabo (en Pespire) para ir a ver a una enferma? Doce horas a lomo de mula. ¡Doce horas! No aguantaba, y tenía que caminar por largos ratos. Salí temprano en la mañana y regresé al oscurecer… casi muerto y sin haber podido hablar con la enferma porque yo no hablaba español.

Pero qué buena gente que, en el camino, saludaba al Padrecito, le ofrecía un guacalito de agua, mangos, como si me hubieran conocido desde mucho tiempo antes.

Por Padre Juan Pablo Peloquin, pme. (1927-2009)

Extracto de acta de una asamblea de los PP. Javerianos en Honduras en el 2002.

 «Al principio el territorio era muy pobre; mucha gente caminaba descalza o con caites. Las carreteras eran inexistentes o al menos intransitables: para llegar a la gran mayoría de aldeas y caseríos de cada parroquia, había que hacerlo a lomo de mulas y a pie, lo que tomaba muchísimas horas. Todo quedaba por hacer: reparación o construcción de iglesias, de casas curales, de centros parroquiales, de escuelas y colegios, etc. El símbolo espiritual de esa época era Monseñor José de la Cruz Turcios y Barahona.»

Fuente: Revista 50 años al servicio de la Iglesia de Honduras

Un pensamiento

  1. Infinitamente agradecidos los hondureños que tuvimos la bendición de conocer al padre Juan Pablo Peloquin, que unos días antes de partir a la casa del Padre me dijo que ofrecía sus sufrimientos por los sacerdotes de Honduras. Elevamos una oración a Dios por esos sacerdotes que dieron su vida toda, por traer el Evangelio a este pueblo necesitado de Dios. Gracias Padres Javerianos.

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