«Ya que te gusta hacer conexiones…” le dijo el superior con una sonrisa un tanto burlona»…
Juan Pablo Guillet es uno de los fundadores de la misión SME en Honduras. Llegó en “baronesa” a Choluteca en enero del 1956.
En un principio, como todo buen misionero, bautizó a miles de niños, cruzó montañas a lomo de mula para acompañar a los enfermos en sus últimos momentos y conoció las faenas de las fiestas patronales de las aldeas esparcidas por las montañas.
En un primer tiempo, sacando provecho de las riquezas inagotables de la religiosidad popular, implantó, junto con Guillermo Aubuchon y Enrique Coursol, unos movimientos de apostolado tradicional con el fin de juntar poco a poco al pueblo que vivía muy disperso entre centenares de pequeñas localidades mal comunicadas. Como si nada, esos movimientos pusieron las primeras piedras de una obra mayor que pronto salvaría las paredes de las capillas y transformaría a millares de humildes laicos en agentes de un profundo cambio de la sociedad.
La misión propiamente dicha de Juan Pablo Guillet comenzó cuando se le ocurrió colgar unas bocinas de los campanarios de una iglesia y hacerlas hablar. Allí empezó a dar voz a los sin voz.
Hoy en día, si uno no está “conectado”, queda fuera del planeta. Pero, sesenta años atrás, en el Sur de Honduras, ¿quién hablaba de “conectarse”?… En esa región, casi todo estaba disperso. Las comunicaciones eran un desastre.
Un día, sin embargo, llegó como caído del cielo un hombre que Dios había dotado de mil talentos. De esos talentos se destacaba el de “hacer conexiones” con cablecitos. Ese hombre era Juan Pablo Guillet, sacerdote canadiense de la Sociedad de Misiones Extranjeras de Québec.
Por medio de ese misionero muy trabajador y discreto, muy “conectado” con sus adentros y poco pendiente del pensar o decir de los demás, Dios se dio el gusto de no dejar más fuera del mapa a los pueblos postergados y “desconectados” de Honduras (o de África como será el caso, años después).
Tocando el acordeón o cantando, a lomo de mula, a moto, o en busito Volkswagen, ese hombre recorrió mucho camino. Lo acompañaba siempre su congénita habilidad para pegar cables y crear aparatos nuevos a partir de máquinas descartadas. Descubrió su misión propiamente dicha cuando se le ocurrió colgar de los campanarios de una iglesia unas bocinas y hacerlas hablar. Esa maravilla le causó una alegría poco común porque allí fue cuando empezó a dar voz a los sin voz.
Escuelas radiofónicas
Esos humildes comienzos lo llevaron tan lejos como armar estaciones radiofónicas, plantar antenas en muchos lugares, crear o fomentar centros de capacitación para dirigentes populares. Con un equipo formado por él, lanzó en La Voz de Suyapa, radio católica de Honduras, las famosas Escuelas Radiofónicas, que fueron el instrumento de base para alfabetizar, concientizar, evangelizar y capacitar un sinnúmero de campesinos del país.
Juan Pablo programaba contenidos al alcance de los más humildes, dentro de una pedagogía liberadora que nacía de la práctica y volvía a ella. De a poco todo aquello tuvo el impacto de una revolución genuina sin machetes ni bombas.
Esa aventura maravillosa arrancó del simple deseo de despertar la voz acallada de los campesinos y “conectarla” con la propia voz del campesino más grande de la historia: Jesús de Nazaret.
Al principio, nadie sabía con qué se comía aquello de las “Escuelas radiofónicas”…, ni Evelio Domínguez, obispo auxiliar de Tegucigalpa, ni Guillermo, superior de la SME en Honduras, ni el mismo Juan Pablo que, años antes por las ondas cortas de una radio de Colombia, había oído algo sobre el tema, Simple casualidad.
Cuando el obispo pidió al buen Guillermo que le prestara un hombre para realizar el proyecto, éste no supo si tomar el asunto en serio y, con una sonrisa un tanto burlona, dijo a Juan Pablo: “Ya que te gusta hacer conexiones, dale tú nomás”… Y así, sin otro título, fue como Juan Pablo se largó de cabeza al proyecto de Escuelas radiofónicas y como se hizo arquitecto e ingeniero de lo que llegara a ser la obra maestra de la SME en Honduras.
Resurrección
Con las Escuelas radiofónicas se dio un despertar formidable por toda Honduras. En el Sur, se abrieron caminos en medio de las montañas, se cavaron pozos de agua potable, se construyeron escuelas y centros de salud; técnicas de agricultura y ganadería se pusieron al día, pequeñas cooperativas y sindicatos de campesinos dieron sus primeros pasos, mujeres-sirvientas se convirtieron en líderes en las comunidades, numerosos grupos de jóvenes se formaron para aportar dinamismo a aquel gran movimiento de vida nueva. Luego llegó el día en que, por todas partes, se celebró la Palabra de Dios. No esa Palabra de Dios de los calendarios litúrgicos (la que solo por accidente tiene algo que ver con las preocupaciones de los pueblos oprimidos), sino aquella Palabra que no cambia, la que está enfocada en la conciencia de continuar en el presente el gran combate del pueblo de la Biblia para la liberación de toda forma de esclavitud en Cristo Resucitado. Ésa fue la orientación central de las Celebraciones de la Palabra, por lo menos en los primeros años de su existencia.
Choque
No todo, sin embargo, fue color de rosa. Desde los doctores de la tradición clerical de la vieja iglesia, no se hizo nada, por cierto, para facilitarle las cosas a Juan Pablo. Y muchísimo menos aún desde los terratenientes. Estos hombres de gatillo fácil, todos incondicionales de los gobiernos militares, veían en los campesinos nada más que una mano de obra barata. Esa visión, Juan Pablo, la desbarataba sin misericordia desde La Colmena, pero sin violencia, por supuesto. Ahora bien, cuando, un día, los campesinos empezaron por sí solos a manifestar en una forma bastante contundente que ya habían dejado de ser los peones serviles de los terratenientes, éstos pusieron enseguida a precio la cabeza de Juan Pablo. Monto fijado: $250 US… ¡Una ganga!
Dudas
Un día, cuando yo estaba en la China, me llegó una carta de Roma. Venía de Juan Pablo. En esa carta, Juan Pablo me confiaba que algo le turbaba. No habiendo muerto su vieja formación clerical, lamentaba no haberse dedicado más a tareas puramente “sacerdotales”.
“¡Estás muy equivocado!”, le contesté enseguida. “Mira bien a Jesús y, con la mano en el corazón, dime si él desempeñó muchas tareas “sacerdotales” en su vida… ¿Acaso no son los sacerdotes del Templo, enteramente dedicados a sus actividades puramente “sacerdotales” los que lo han condenado a la cruz?…”
A ese Jesús, hombre de pueblo, laico y no de casta religiosa, le gustaba más sus talentos y los impulsos del Espíritu que las normas de los sacerdotes de Jerusalén. Para él, lo que más agradaba a Dios no era el culto que los sacerdotes le ofrecían en el templo, sino todo lo que la gente, cualquier gente (incluyendo a los que hoy llamamos ateos o herejes) hacía para sacar de su postración al pueblo de los empobrecidos y de los olvidados. Además, para Jesús, a Dios no le importaba solamente alma de la gente sino todo cuanto hacía al ser humano en su totalidad.
El Samaritano
La parábola del Buen Samaritano lo dice todo al respecto. Es una parábola altamente “subversiva”, pues cuestiona duramente a los sacerdotes y a los devotos que ponen la práctica religiosa por encima de todo y separan a la gente entre “puros” como ellos, e “impuros” o herejes como Jesús y demás. Todo el Evangelio de Jesús se encuentra concentrado en esa pequeña historia.
Según la parábola, el que salva no es el sacerdote, ni el levita, sino el samaritano “impuro”. Y ese samaritano impuro es el mismo Jesús a quien los sacerdotes miraban como un pecador, un hereje e, incluso, un demonio (Mc 3,21-22; Jn 8,48; Mt 11,19. 26,64) Él es quien conduce a la vida eterna al hacerse próximo del hombre caído, al “conectarse” con él, y al levantarlo como hombre entero (y no solo como alma) con sus heridas y con su historia… Pasar rápido sobre esa parábola, es como pasar al lado de todo el Evangelio para seguir pretendiendo que lo “sacerdotal”, lo “espiritual” y lo “religioso” es más puro que cualquier otra tarea a favor del ser humano. (Lucas 10, 25-38).
¡A conectarse, pues!
Pues bien, en contra de todas las voces teológicas de una iglesia espiritualista que se ha empeñado en considerar como más santo, puro y digno de Dios todo cuanto se aparta de la libertad, del sexo y del mundo ordinario del trabajo, de la ciencia, de la tecnología, de la economía, de la política, de la ecología y del cosmos, debemos ponernos el pantalón y afirmar con fuerza: la salvación del mundo es más un asunto de “conexión” que de sotanas o de culto.
Jesús no dejó como herencia al mundo una palomita blanca, ni un libro de moral, ni un compendio de normas eclesiásticas, ni un calendario litúrgico. Lo que él nos entregó es un “espíritu” que no sacraliza castas ni sectas, sino que las rompe, las abre para congregar, unir, articular todo lo que está disperso en un gran cuerpo de variedad infinita y de unidad que crece como la vida. Ese Espíritu es pura “CONEXIÓN”: conexión con uno mismo, conexión con la Realidad, conexión con la humanidad entera, especialmente los más “desconectados” del mundo, conexión con el cosmos, conexión con el Reino, conexión del cielo con la tierra, conexión con EL QUE ES “El MUY CONECTADO”, ya que es a la vez TRES- y- UNO…
En esa onda estuvo surfeando durante toda su vida Juan Pablo Guillet, un hombre que supo “conectar” a medio mundo, empezando por los empobrecidos y humildes encontrados por centenares de miles “a la orilla” de su camino misionero. Al verlos, él no “tomó el otro lado” del camino, sino que a través de sus múltiples “conexiones” “se acercó” a ellos y los levantó restaurando su dignidad y conectándoles en comunidad.
Los inició a la democracia. Les dio a conocer sus deberes ciudadanos, y por sobre todo sus derechos, simplemente humanos, que por demás eran ignorados y pisoteados. Les comunicó amor a sí mismos y amor a la justicia. Despertó en ellos la consciencia crítica, la cual es el secreto de la libertad y de la grandeza de los hijos de Dios. Les inyectó grandes dosis de alegría de vivir, de esperanza en el futuro y de sabor anticipado de “vida eterna”.
Y Dios vio todas esas hermosas “CONEXIONES”. Vio cómo ese pueblo querido, curado en gran parte de su dispersión básica, se había puesto de pie y echado a andar. Le encantó y exclamó: “¡Caramba! ¡Esto sí que está SÚPER BUENO, pues!”
Nota: Aquí se ha tocado la obra de Juan Pablo Guillet muy a vuelo de pájaro. Faltan largos capítulos. Para abarcarla toda haría falta más de un libro. Pero si uno desea conocer algunos detalles más sobre el tema, les referimos a un artículo más largo siguiendo este enlace: http://todoelmundovaalcielo.blogspot.ca/2015/03/conexion-jpg.html
Por Eloy Roy
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Itinerario misionero de Juan Pablo Guillet
1956 – en enero, llega a Choluteca.
1959 – se traslada a Tegucigalpa. Se hace cargo del proyecto de las Escuelas radiofónicas en la emisora católica, la Voz de Suyapa.
1964 – Canadá, animación misionera.
1966 – Choluteca, funda La Colmena
1969 – Crea Radio Paz en Choluteca. Durante este período, efectúa varios viajes en camión entre Canadá, California y Honduras trasportando material usado para emisoras. – En Choluteca, los terratenientes responsabilizan al Director de La Colmena por las invasiones de tierras y ponen la cabeza de Juan Pablo a precio. Éste se aleja tácticamente de la dirección de La Colmena para concentrarse en la radio.
1974 – Masacre de Olancho. El gobierno militar cierra Radio Progreso y Radio Paz. Al mes, Radio Paz vuelve a emitir bajo el nombre de Radio Valle. Durante esos años desarrolla programas fuertes a partir de las celebraciones de la Semana santa en los distintos pueblos.
1982 – Después de años de gobiernos militares, Honduras vuelve a la democracia. Para promover la responsabilidad ciudadana del pueblo, Juan Pablo organiza durante 4 meses 16 encuentros sobre temas quemantes de la actualidad que se debaten en público con la participación de estudiantes y aún de candidatos a la Presidencia. Esos encuentros son difundidos en directo desde la Casa de la Cultura a partir de las 8 hs de la tarde hasta, a veces, las 2 de la mañana. Muchísima gente participa y así se va formando la conciencia política de todo un pueblo.
En ese mismo año, Juan Pablo regresa a Canadá. Trabaja en la promoción de los medios de comunicación social conjuntamente con una red de institutos misioneros. Con profesionales de Radio Canadá produce 40 emisiones para la televisión y la animación misionera con documentales realizados sobre las experiencias eclesiales novedosas de 8 países de África, América latina y Extremo Oriente.
1986 – Vuelve a Honduras brevemente para explorar la posibilidad de crear un centro de producción similar para Centroamérica. Como los tiempos no se prestaban a tal proyecto, vuelve a Canadá.
1987 – Es llamado a Roma para asumir la dirección del servicio católico mundial para las comunicaciones (OCIC, luego SIGNIS desde el 2001).
Pasará allí 17 años de su vida y, entre mil cosas, colaborará con la creación de 70 radios diocesanas, principalmente en África.
2003 – Se jubila en Canadá… sin jubilarse del todo…
Muy buen articulo es muy inspirador y conmovedor mi respeto y admiración para el Padre Juan Pablo un verdadero misionero apasionado por las conexiones radiales hoy dia trabajo en Radio Paz creacion magistral de este gran hombre me autonombro su nieta.gracias Por ese medio maravilloso que nos dejo.
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Choluteca,Honduras mi aprecio.
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