El 1 de mayo se conmemora el Día Internacional del Trabajador en homenaje a los llamados Mártires de Chicago, grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886. Ese mismo año, la Noble Order of the Knights of Labor, una organización de trabajadores, logró que el sector empresarial cediese ante la presión de 5.000 huelgas por todo el país, con más de 400.000 obreros parados. Sin embargo, la fábrica Mc. Cormik de Chicago no reconoció la victoria de los trabajadores y el 1 de mayo de aquel año la policía disparó contra los manifestantes que, a las puertas de la fábrica, reivindicaban el nuevo acuerdo La reducción de la jornada laboral a 8 horas, cuando lo “normal” era trabajar entre 12 y 16 horas. La fuerza demostrada por los obreros en su reclamo marcó un antes y después en la historia de todos los trabajadores.
En la actualidad, muchos países rememoran el 1 de mayo como el origen del movimiento obrero moderno. En 1954 el Papa Pío XII apoyó tácitamente ésta jornada de memoria colectiva al declararla como festividad de San José Obrero.
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SALMO 1 DE MAYO
Dijo el trabajador en su corazón: «He trabajado el pan con el sudor de mi frente, siguiendo tus mandatos, Señor. He trabajado la tierra con mis manos de hombre, he trabajado el mundo que Tú creaste con todo mi corazón humano con toda mi alma, con todas mis fuerzas.
Con cuánto amor cogí en mis manos el primer martillo; con cuánta esperanza llevé a mi madre mi primer salario. Aprendieron mis hábiles dedos la precisa medida del milímetro y mis ojos, la penetrante mirada que domestica el acero y lo convierte en máquina.
Señor, por tu nombre y por el amor de mis hijos fui carpintero, como tu hijo Jesús; por tu nombre, recorrí los mares: fogonero, marinero, pescador.
Señor, por tu nombre, recorrí los largos caminos de mi patria, camionero, caminante vendedor, caminero de pala y azadón; fui mecánico y textil, fui minero, descubrí las oscuras galerías y el calor de los amigos; trabajé el cobre y el acero, fui soldador, desperté chispas como estrellas, construí gigantes de metal; conduje los ácidos y las sales misteriosas en los laboratorios; tomé la humilde escoba y barrí, en tu nombre, Señor; Y en tu nombre, dibujé las rectas, las curvas, las parábolas de infinitas matemáticas; construí la carreta y los satélites artificiales y los variados robots y las computadoras.
Fui campesino, y en tu nombre, Señor, di alimento a los hijos de los hombres. Tomé el arado y volteé la semilla, aprendí a manejar el tractor y la segadora, llevé apaciblemente las vacas de los establos a los potreros, regué las vides, coseché las uvas y los trigales, pan y vino para la cena de los hombres y para tus altares.
Fui, con mis hermanos trabajadores, cimiento de la vida de nuestra sociedad; Con nuestra sangre y nuestro sudor se reparten por el mundo los frutos de la tierra.
Pero, Señor, hoy día alzo a Ti mi voz, levanto mis manos surcadas de trabajo, tomo conmigo y pongo en las tuyas las manos de todos mis hermanos trabajadores.
Porque los poderosos de la Tierra nos han cercado, nos han rodeado con su avaricia; han hecho del dinero el amo de la Tierra: injusticia y mentira son las obras de su maldad.
Mira, Señor, cómo defraudan el salario de tus hijos; mira, por tierra, millones y millones de tus pobres sin trabajo. Han preferido las armas que matan, al pan, a la vivienda y a la escuela.
Las naciones ricas se han confabulado, Señor, contra tu Cristo y el pueblo de tu Cristo. Han quebrantado nuestra fuerza, han acallado nuestras bocas.
Pero Tú, Señor, nos has mostrado nuestra dignidad; Tú mismo te has acercado por nuestros caminos, y has levantado tu vivienda entre nosotros; Tú mismo, en Jesucristo, te has hecho trabajador del mundo; trabajador de Nazaret, trabajador clavado en una cruz para libertad de todos los humanos.
Despierta, Señor, a tu pueblo. Ven, Tú, a enseñarnos la Justicia y la Hermandad. Que fracasen y se pierdan los que atentan contra la vida; que nos des aliento e inteligencia para buscar la unidad, para amar apasionadamente la causa de tu pueblo, la civilización del amor.
Y nosotros seguiremos esperando activamente; y te daremos gracias y contaremos a nuestros hijos cómo fue tu auxilio, cantaremos tu justicia y tu misericordia.
Los trabajadores del mundo entero diremos: «nos han hecho pasar por peligros muchos y graves, estuvimos en hambre y en cárcel, fuimos humillados, divididos, enmudecidos; pero Tú de nuevo nos darás la vida, nos harás subir de lo hondo de la Tierra».
Tú acrecentarás nuestra dignidad, de nuevo nos consolarás; y te daremos gracias, Dios mío, con la alegría de nuestras esposas y de nuestros hijos.
Te aclamarán nuestros labios, Señor, nuestros corazones que Tú has liberado. Y seremos un solo pueblo bien plantado, que no baja los brazos, caminante de la aurora; un pueblo de un solo corazón que busca cada día la parte de su pan en libertad. Amén”
Esteban Gumucio ss.cc