Marcelo Gérin pme, primer Obispo de Choluteca, falleció el 1 de junio del 1997, en el Hospital El Carmen, de Tegucigalpa. Está enterrado en la Catedral de Choluteca.
Calificar acertadamente el aporte de Monseñor Marcelo Gérin y Boulay, primer obispo de Choluteca es un gran desafío. Recibió el encargo de construir la Iglesia local y de dirigir las actividades de la diócesis que se convirtió la Prelatura en 1979.
En todos sus escritos, Mons. Marcelo ha demostrado un dominio completo del español, utilizando a menudo términos rebuscados para picar un poco la curiosidad de sus lectores. Ha demostrado siempre una gran valentía al defender los intereses de los pobres y marginados sin miedo a las consecuencias.
Mons. Marcelo ha sido un hombre de visión. No ha tenido miedo de lanzarse en proyectos de gran envergadura, poniendo su confianza en la Divina Providencia y sabiendo dar confianza a sus colaboradores. La penuria de obreros apostólicos le ha forzado a crear institutos llamados a suscitar numerosas vocaciones, tales como los Equipos Pastorales de América Latina (EPAL), el Instituto María de las Américas (MARILAM).
Supo interpretar los signos de los tiempos. Dio ánimo a iniciativas que le parecían viables sabiendo reconocer su mérito. Es así como apoyó a aquella tan tímida de los campesinos que tocaron a su puerta, pidiéndole que les autorizara a celebrar la Semana Santa en sus comunidades. Esto fue el inicio de un vasto programa de renovación de los sectores campesinos, no sólo de su Prelatura y de las otras diócesis del país, sino también de toda Centroamérica.
De acuerdo con su lema episcopal «Dilatentur spatiae caritatis» “¡Que se dilaten los espacios de la caridad!”, Mons. Marcelo fundó y promovió otras iniciativas, como son: Los Clubes de Amas de Casa (1967), los Promotores de Salud, los Cursillos de Cristiandad. En esos últimos, colaboraron mucho el Padre Eloy Roy pme y el Pbro. Romeo Rivas, sacerdote cubano que trabajó muchos años en Honduras, en vínculo con los Padres Misioneros Javerianos.
El estado de su salud lo obligó a presentar su renuncia al Santo Padre, pero Mons. Marcelo no se iba a quedar tranquilo, quiso entregarse hasta el final. Los médicos que le atendían en su país de origen se vieron obligados a amputarle una pierna, cuando ya tenía más de ochenta años. Esto no le impidió volver a Honduras para continuar dirigiendo su querido Instituto de MARILAM.
De la Revista «50 años al servicio de la Iglesia de Honduras