Segundo domingo de adviento
El evangelio de la transfiguración nos presenta el final del camino, el horizonte que va jalonando nuestros esfuerzos de cambio y que no es otra cosa que estar plenamente configurados con Cristo glorificado. Es poder experimentar el triunfo de la vida sobre las fuerzas contrarias a ella.
Para que se ilumine nuestra humanidad, es necesario morir a todas las situaciones que nos opacan, que nos quitan el brillo y el esplendor: Estamos llamados a morir a todo aquello que hace que perdamos el valor de la vida. Estamos llamados a morir a la globalización de la injusticia, la corrupción, la mentira, el engaño, el individualismo, la indiferencia, el afán de poder y la superficialidad.
“Este es mi Hijo, el Amado, escúchenlo”. Él nos enseña el camino, Él es el camino para que la vida se llene de luz. Sólo cuando nos tomamos en serio a Jesús somos transfigurados y somos testigos de la vida, somos hombres y mujeres que lo transparentamos y por eso somos asociados a su gloria. ¡Dejémonos transfigurar por Él! ¡Abramos grandes espacios en nuestra vida para que acontezca el Dios que ha vencido a la muerte.