Llegué al Perú sin ningún plan bajo el brazo. Era la primera vez que salía de casa para vivir en un país que sólo conocía por fotografías.
La aventura comenzó cuando conocí el proyecto Ad Gentes en mi ciudad natal Tegucigalpa. Dios me sorprendió y fue un despertar que revolucionó mi vida despacito y con determinación. Durante todos esos años de formación y servicio en Honduras pensaba con un poco de soberbia que tenía vocación misionera. Más ahora después de dos años de misión reconozco que no tengo vocación, la vocación me tiene a mí y me lleva por nuevos caminos.
Decir sí a la misión implicó decir sí a ser extranjera, a otra familia y amigos, a realidades diferentes y decir sí a una constante invitación a trascender, esto último es lo más desafiante. En ocasiones me siento justo a la orilla de una piscina con el deseo de saltar y al mismo tiempo el miedo al chapuzón.
En mi país estudie y trabaje en el área de mercadotecnia y diseño gráfico, más estando en el Perú las motivaciones y la intuición me llevaron lejos de esa tierra segura y conocida. Comencé a colaborar como voluntaria con un centro del gobierno en el salón de niños y niñas entre 6 a 8 años. Gran parte en situación de pobreza o conflictos familiares serios.
Al inicio no tenía idea de qué hacer ni cómo emprender, y en mi corta concepción creí que debía enseñar valores, ayudarlos a cambiar, a ser mejores. Probé todas las técnicas y hasta inventé otras para lograr los objetivos, pero con el tiempo obviamente ellos ganaron y yo quede agotada y sin más opciones. Sólo entonces comprendí mi papel en ese salón: amarlos. Lo primero es amarlos tal y como son y entre más rebeldes más amor. Lo demás era secundario. Tenía que lanzarme al agua.
Recuerdo la sabiduría de mi mami: “hija a la gente le gritan y los tratan mal en la calle, en la casa, en el trabajo, los estudios, hasta en la iglesia. Pero cuando se acerquen a usted encuentren alguien diferente.”
La misión con los niños es que puedan encontrar en mí una persona diferente. Alguien que los tome en serio, que los escuche viéndolos a los ojos, que cumpla su palabra y fortalezca su confianza en sí mismos. Mis niños no necesitan que yo los cambie según mis conceptos, necesitan que los ame y crea en ellos.
Este itinerario también me llevo a compartir con la gente de los cerros. Despertó en mí un gran deseo de compartir con ellos y no sabía cómo, me sentía limitada por no tener experiencia en un área social, casi no conocía la zona y tantas otras excusas, más la motivación no salía de mi cabeza ni de mi corazón. Y allí estaba yo, una vez más frente a la piscina…salto o me quedo. Sí, me di el chapuzón.
Comencé a subir sólo para conversar con las mujeres, jóvenes y niños ya que los hombres en su gran mayoría trabajan y llegan a su casa entrada la noche. Las historias que escuchaba tocaban mi corazón y me cuestionaban. Me di cuenta que a pesar de realizar apostolados en zonas deprimidas de mi ciudad viví en una burbuja segura, amable y estable por muchos años.
Para comprender mejor la realidad de la violencia me uní a un grupo de apoyo para Mujeres que Aman Demasiado*. Ha sido una excelente puerta de entrada a ese mundo desconocido para mí. Poco a poco me fui involucrando más, me convertí en el vínculo entre grupo de personas que deseaban realizar proyectos sociales y la gente en el cerro que lo necesitaba. Con el tiempo elegí una zona para acompañar, entre en contacto con la dirigente y comenzamos encuentros y talleres con las mujeres. Estoy aprendiendo a caminar con ellas, a su ritmo.
Actualmente sigo colaborando como voluntaria con los niños y además visito aquellos que han abandonado el programa, comenzando por los que eran más inquietos, para dar un seguimiento y conocer su realidad. También continúo acompañando los encuentros del grupo de apoyo Mujeres que Aman Demasiado, así como a las mujeres en el cerro ahora con la iniciativa de organizarse para generar fondos que financien su propia educación y la de sus hijos.
Doy gracias a Dios por regalarme cada día esta vocación tan bonita. Por invitarme a trascender. Tengo la certeza que el pone los medios y los tiempos.
“El viento sopla donde quiere y tú oyes su silbido; pero no sabes de donde viene ni a dónde va. Así sucede al que ha nacido del Espíritu.” Jn. 3, 8.
Elsa Lidia Izaguirre Madrid
Misionera laica Asociada a la Smé en Perú desde 2014
Originaria de la Diócesis de Tegucigalpa,
*Mujeres que aman Demasiado, (aunque también existen Hombres que Aman Demasiado) es un grupo de apoyo anónimo y gratuito basado en el libro de Robin Norwood “Mujeres que Aman Demasiado” y en el programa de doce pasos para la recuperación. Dirigido a las mujeres que no pueden manejar adecuadamente sus relaciones afectivas. Presentan fuertes apegos a relaciones que no satisfacen sus necesidades emocionales, le causan sufrimiento y humillación incluso pueden poner en riesgo su propia integridad personal por una relación amorosa.
Gracias Elsa por compartir su experiencia de misión, realmente o nos quedamos a la orilla o nos damos el chapuzón, no es nada fasil para nosotros pero para Dios es cumplir sus promesas a tras ves de nuestro servicio y sobre todo de nuestro amor al otro sin importar quien sea.
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