Reflexión Jueves 22 de Febrero

Mateo 16, 13-20

Se quitó el calzado trajinado después de todo un día de recorrer iglesias, institutos, y librerías religiosas. Se dejó caer en el sillón y encendió el viejo televisor, ya de trasnoche. Pasó uno, dos, tres, diez canales con predicadores vociferantes haciendo sus ofertas. Desanimado, preguntó a sus amigas y amigos que lo acompañaban a todas partes para aprender de él: ¿Quién dice la gente que soy yo?
Un milagregro. Un calmador inmediato y sin profundidad de urgencias cotidianas. Un postergador de preguntas existenciales. Un prometedor de porvenires mejores. Un banquero de felicidades baratas al precio vil del dinero. Un sanador de dolencias. Un narcótico contra el dolor de la vida.
No buscaba probar su fe, solo animarlos a pensar: ¿Quién, entonces?
Un crucificado por el pecado —pero solo lo dicen para decidir quiénes son los nuevos pecadores de este tiempo y excluirlos de su propia cercanía con la precisión de un bisturí—.
Vamos, insistió Jesús, anímense, analicen, miren a su alrededor: ¿Quién dice la gente que soy yo?
No ya una puerta sino un cancerbero. No un ofrecedor de gracia sino un exigidor de obras que ameriten. No el de la amorosa mano de misericordia, sino el de la dura mano de justicia. No el que da, sino el que solicita, reclama, demanda y, solo después, acepta. Quizás acepta.
Agobiado, mirándolos con ternura, les volvió a preguntar: ¿Y quién dicen ustedes que soy? Y, uno a uno: ¿Quién dices tú que soy? ¿Qué soy yo para ti hoy? Uno de ellos, el que más rápidamente se ahogaba por las circunstancias y más fácilmente era capaz de increíbles cobardías y negaciones, no dudó:
Eres la mujer muerta y maltratada por la brutalidad patriarcal y heteronormativa.
Eres su grito y su desesperación.
Eres su sufrimiento callado convertido en respuesta airada y militante.
Eres los niños, niñas y mujeres sometidxs a prostitución y tráfico,
y tu carne vejada, golpeada y deshumanizada clama liberación desde todas las prisiones.
Eres los cuerpos disidentes y las cuerpas disidentes que no buscan ni reconocimiento ni inclusión porque por su dignidad propia ya están incluidos y reconocidos, solo por ser.
Eres el reclamo LGTBIQ y el aullido agobiado de todas las minorías sometidas de esta tierra.
Eres uno de los inmerecedores, de los desplazados, de los caídos del mercado, de los perseguidos, de los sofocados por el sistema neoliberal. Uno de los subocupados, de los trabajadores no registrados, de los sin casa, de los desahuciados, de los que no llegan a fin de mes. Perteneces al noventa y nueve por ciento de los que no tienen nada a causa del uno por ciento que lo tienen todo.
Eres el negro, el villero, el musulmán, el judío de mierda, el discapacitado, el peligroso, el sudaca, el drogadicto, el bolita, el peruca, el extranjero, el refugiado, el gordo, el feo, el discriminado, el gay, el tonto, el trava, la trava, el puto, la puta, y todos lxs otrxs que otros consideran menos.
Eres su dolor, pero también su ira. Eres su afrenta y también su orgullo.
Eres el expulsado —sin trabajo ni lugar— por la voracidad ilimitada de los codiciadores de dinero, y viajas en frágiles balsas junto a tus hermanos que huyen de la guerra y el hambre. Te quedaste afuera del mundo globalizado y rebuscas en el bolsillo las últimas monedas que te permitan subirte otra vez al tren que nunca se detiene a considerarte.
Eres el cuerpo enfermo sometido a ensañamiento terapéutico, pero también aquel sin medicina ni seguridad social. Eres la victima del capitalismo farmacopornográfico que alarga la enfermedad para producir la industria, y clamas por ética y humanidad en rescate de la vida.
Eres la tierra, llorando desconsolada por la destrucción y contaminación a la que la están sometiendo.
Eres el peón rural enfermo de cáncer a causa del Glifosato, eres la madre sabiendo que su bebé malformado por culpa de las fumigaciones finalmente morirá.
Eres el bebé que va a morir.
Eres vulnerable. Eres como yo. Eres yo. Me entiendes.
Eres el que ama y sigue amando, y has sido ungido para amar.
Profundamente conmovido, los abrazó uno a uno y supo que ya estaban maduros para saber que pronto moriría. Esta enseñanza revolucionaría no podía menos que llevarlo a la muerte. Pero la muerte, esa muerte y todas las muertes, no podrían con el poder de esta Palabra, y sobre ella, con ella, alrededor de ella, y por ella, en adelante todos podrían formar comunidad.

Eliana Valzura, Argentina

 

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