Mateo 5, 43-48
La locura de amar
Amar es transitar
contracorriente,
sublevarse a la obligación
de darnos por el solo tributo
al juicio ajeno.
Amar es un llamado
a la verdad
de la transparencia
de confesar
que cada poro del cuerpo
apremia la caricia
de quien está a nuestro lado.
Amar es clamor
por honestidad
de que mi peor rival
puedo ser yo mismo.
¿Quién soy, entonces,
para hablar de lo malo?
¿Quién es mi prójimo?
Con esta pregunta
perece el castillo de cristal
construido bajo los falsos diamantes
del interés propio
y del impuesto.
Amar es renegar
contra la cordura
que apresa al mismísimo amor
en las cuatro paredes
del Museo de lo Cortesano.
Amar es la locura
que se resiste
a lo que la mayoría
predica que es amar.
Muchas veces se interpreta este pasaje como una simple apelación al trato frente a aquellos/as que consideramos “enemigos”. Interpretación que termina, en las hermenéuticas más tradicionales, en un llamado pietista para bajar la cabeza frente a quienes descolocan nuestra armonía. Lejos de ello, estos textos, más que dar indicaciones sobre prácticas
específicas, nos llevan a considerar que el amor es locura, es decir, contradicción, ambigüedad y sátira frente a lo que las normas y los sistemas dicen lo que amar significa. Nos advierten de caer en dos errores: hacer del amor un acto de falso heroísmo o una práctica de apelación a lo políticamente correcto. Amar, más bien, es vincularse desde un punto completamente subversivo, contrario muchas veces a lo que se espera. Amar no es ver el ojo ajeno (los “terceros”), sino animarse (y arriesgarse) a ver directo a los ojos de mi prójimo, sea quien fuere, y enfrentarse a lo que el encuentro hace nacer en nuestros cuerpos, con sus bellezas, templanzas, amenazas y desafíos.
Nicolás Panotto, Chile