La Iglesia hoy declara que Monseñor Romero es santo. Pero, el pueblo de Dios lo ha celebrado como mártir y santo desde hace mucho tiempo.
A través de sus homilías, podemos ver el contenido de su trayectoria pastoral y la evolución que ha tenido entre una concepción tradicional del ministerio episcopal hasta su compromiso social progresivamente radical frente a las injusticias de su país. Se siente paso a paso el dolor del pastor, quien descubre el sufrimiento de su pueblo y se identifica con él hasta su muerte. Una profunda emoción invade al lector al descubrir al mismo tiempo los horrores de un sistema económico y político que oprime a los pobres y la acción de un obispo preocupado por conjugar el Evangelio, su filiación a la Iglesia y su identificación a los oprimidos. Se observa a través de una intensa vida espiritual, la conciliación difícil entre estos tres objetivos.
Monseñor Romero nunca perdió confianza en el ser humano que Dios habita. Semana tras semana denunció torturas, asesinatos y encarcelamientos perpetrados por un ejército al servicio de los ricos deseosos de conservar y aumentar su poder económico, político y cultural. El mismo decía que “El ser humano no se caracteriza por la fuerza bruta, sino por la razón y el amor”.
Monseñor Romero estaba consciente de la existencia del mal y del pecado, y esto le impedía caer en un optimismo beato e ingenuo. Su rechazo de la violencia era el fruto de la convicción profunda de la dignidad del ser humano, aun del que ha cometido un crimen. Esta actitud lo llevó constantemente a querer establecer un diálogo con todos los actores del drama, pero al mismo tiempo era claro y despiadado cuando condenaba la injusticia y la represión. Se entiende por qué la oligarquía lo haya odiado y que la mayoría de sus colegas en el episcopado lo hayan renegado.
Para monseñor Romero es imposible concebir una Iglesia abstracta y reivindicar la unidad artificial de la institución, puesto que en su seno existen verdaderas contradicciones. Para él, la fidelidad a la Iglesia de Jesucristo exige la verdad.
Como pastor acompañó al pueblo salvadoreño recordándole constantemente que el amor al prójimo debe prevalecer sobre los intereses de los más fuertes y que la esperanza debe inspirar los momentos más oscuros de la existencia
La persona de monseñor Romero refleja la de Jesucristo mismo en nuestra época. Como Él, Mons. Romero ejecutado porque sus prédicas y práctica recordaban los valores del reino de Dios oponiéndose a los poderes temporales: colonial y local, político y económico, social y religioso. Los separan dos mil años, pero los une el mismo espíritu.
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El mensaje de monseñor Óscar Arnulfo Romero: Autor: François Houtart
SAN ROMERO DE AMÉRICA, PASTOR Y MÁRTIR NUESTRO,
POEMA DE PEDRO CASALDÁLIGA
El ángel del Señor anunció en la víspera…
El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!
El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.
¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!
Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.
Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!
Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares…
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!
San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!