Primer domingo de Cuaresma
Ayer
Deuteronomio 26, 4-10
El sacerdote tomará de tus manos la canasta y la pondrá frente al altar del Señor tu Dios. Entonces tú declararás ante el Señor tu Dios:
“Mi padre fue un arameo errante, y descendió a Egipto con poca gente. Vivió allí hasta llegar a ser una gran nación, fuerte y numerosa. Pero los egipcios nos maltrataron, nos hicieron sufrir y nos sometieron a trabajos forzados. Nosotros clamamos al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestro ruego y vio la miseria, el trabajo y la opresión que nos habían impuesto.Por eso el Señor nos sacó de Egipto con actos portentosos y gran despliegue de poder, con señales, prodigios y milagros que provocaron gran terror. Nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, donde abundan la leche y la miel. Por eso ahora traigo las primicias de la tierra que el Señor tu Dios me ha dado”.
Hoy
Zachariah, 60 años, Territorios Palestinos Ocupados
«Mis padres salieron a la fuerza de Palestina en 1947 y se trasladaron a Syr, en el Líbano. Desde allí hui a Bengasi, en Libia, en 1994. Desde entonces he trabajado como carpintero, más de 20 años. Pero ahora la situación de Libia es mala y además tengo algunos problemas de salud. No encuentro ayuda médica y ya no puedo trabajar.
Antes Libia estaba muy bien pero ahora, en Bengasi, hay muchos problemas. Hay muchas personas armadas en el país y numerosas milicias que se enfrentan entre ellas; y nosotros, la gente de a pie de origen paquistaní, palestino, ghanés y de otros países de África, estamos atrapados en medio.
Se te acercan, preguntan cuánto dinero tienes y se lo llevan todo. Te disparan, te queman, te golpean. Abusan de ti y de forma muy violenta. Si tienes una hija y, al verla por la calle, les gusta, vienen por la noche y la violan delante de ti. Hay ladrones por todas partes; se llevaron mi coche, mi dinero y mis documentos y no hay nada que se pueda hacer. No hay policía ni ejército; no hay ley. Nadie puede ayudarte. Lo peor está en las calles, en particular de noche. A partir de las seis de la tarde, si trabajas hasta tarde, en el camino de vuelta a casa te cruzas con muchas malas personas. Nunca sabes lo que van a hacer.
Hace un año, tomé la decisión de llevar a mi familia a Europa, pero al ser palestinos, tuvimos problemas con los documentos y nos fue imposible viajar. Los que hemos venido, hemos llegado de esta manera porque no tenemos otra opción. El resto de mi familia está todavía en Bengasi, no teníamos suficiente dinero para que todos pudieran salir de allí.
Cuando subí por primera vez al barco creí que iba a morir. Pero pensé ‘veamos, si el profeta decide que voy a morir en el mar, voy a morir en el mar’. Ahora quiero ir a Suecia o a Noruega.
Cuando le dije a mi madre que me iba a Libia con la intención de llegar a Europa, me suplicó que no lo hiciera. Tenía miedo porque muchos eritreos han muerto en esta ruta. Hace tres años, mi mejor amigo murió en el trayecto a Europa, y hace apenas unos meses mi tío también lo intentó, pero el Estado Islámico lo capturó y lo asesinó. Sin embargo, no podía escuchar a mi madre. Sabía que el viaje sería largo y peligroso, pero en casa no había oportunidades.
Lo intenté por primera vez en 2012, pero me detuvieron y me encarcelaron. Con el tiempo, conseguí llegar a Etiopía. Después, fui a Jartum, en Sudán, y emprendí el viaje por el desierto hacia Libia.
El desierto Sahara es un lugar muy peligroso donde puedes encontrarte con muchos cadáveres. Seis personas de las que viajaban conmigo murieron en el camino hacia Ajdabiya. Ajdabiya es una ciudad gobernada por el hambre. Fue allí donde pagamos a los traficantes. Costaba mucho dinero, pero mi hermano, que está en Israel, y la hermana de mi esposa, que vive en Suecia, nos ayudaron.
En el viaje a Trípoli pasamos por muchos puestos de control y tardamos ocho días en llegar. Pasamos muchísimo miedo. Si te encuentra el Estado Islámico, te mata, y si lo hace la policía, te roba. De hecho, en Libia, parece que cada hombre, grande o pequeño, posee un arma. Al llegar a Trípoli, fuimos a vivir a una casa grande con otras 700 personas separadas por sexo y nacionalidad. No dormíamos porque oíamos los disparos y combates que se producían fuera; no hay paz en Libia.
Tras 12 días en Trípoli, nos subieron a una lancha neumática, en mitad de la noche. Entonces nos llevaron por grupos a un barco de madera más grande. Me quedé con unos 200 hombres en el casco del barco, bajo cubierta. Entraba agua, hacía mucho calor y el motor producía muchísimo ruido. Las mujeres, los niños y tres ’patrones‘ estaban arriba, pero eran personas como nosotros, no traficantes, no eran los capitanes. Rezábamos y la mayoría de las muchachas lloraba, todos le pedíamos a Dios que nos permitiera sobrevivir.
Después de siete horas, encontramos al MY Phoenix y nos salvaron. Ahora quiero ir a Suecia. Allí se está bien, conocen los problemas de Eritrea y nos ayudarán. Mi esposa quiere ir a Holanda, de modo que tenemos que hablar sobre el tema…
¿Será que caminar hacia la Pascua, de eso se trata?