Escrito por José Ángel Medina Sanchez
En este cuarto domingo del camino cuaresmal nos encontramos con el pasaje enternecedor del padre Misericordioso. A través de esta parábola Jesús, rodeado por los que eran despreciados, enfrenta la forma farisea de ver a Dios.
La parábola se orienta en la conducta del padre bueno. Y nos habla precisamente de la conversión del hijo pródigo. Se había ido por otros caminos. Y, sin darse cuenta, se había extraviado y había derrochado lo mejor que tenía: el amor de su familia, el cariño de su padre, la seguridad que da el sentirse querido.
Creyó que podía vivir por su cuenta. Estaba seguro de que con sus propias fuerzas podría conseguir todo lo que se propusiera. Y se encontró con el fracaso. Menos mal, que hundido en su pena, se dio cuenta de lo que tenía que hacer: volver a la casa de su padre. Su regreso supuso reconocer su equivocación.
La parábola del hijo prodigo nos enseña que Dios no hace distinción entre justos y pecadores es un Dios Padre con entrañas de Madre que se da a los dos hijos por igual. Al pequeño le devuelve su dignidad de hijo y le reintegra en el grupo familiar con los máximos gestos de ternura.
Al mayor que nunca se había marchado físicamente de casa pero que se había sentido en ella como siervo, le recuerda su dignidad de hijo y de hermano saliendo a su encuentro igual que había hecho con el hijo menor.
La invitación de Jesús a cada uno de nosotros es que nos dejemos Amar por el Dios de la Misericordia que no hace distinciones entre las personas, para así ser presencia del Amor en un Mundo herido por las injusticias, acogiendo a todos y todas por igual.
Sembremos caminos de misericordia en nuestro día a día, salgamos al encuentro y construyamos una sola familia humana acogiendo en especial, a todos aquellos que se sienten indignos, solos y relegados.
Vivamos en la alegría que nace de sentirse amado, perdonado y miembro de una sola familia de hermanos y como padre común el Dios de la vida.