Escrito por Elsa Lidia Izaguirre Madrid
En Honduras las últimas semanas hemos vivido una serie de protestas que han convulsionado nuestro país en toda su extensión: tomas de carreteras, huelga de la policía, manifestaciones estudiantiles, abusos por parte de la autoridad, saqueos y criminalidad entre otros. Ante estos acontecimientos hacemos nuestras las palabras de la conferencia episcopal:
<< La situación actual es consecuencia de una crisis, por eso se hace aún más compresible y dolorosa la indignación de la mayoría de la población, el sufrimiento de los más pobres, la decepción de los jóvenes, el miedo de los migrantes, la angustia de los enfermos, la impotencia frente a la corrupción y la impunidad, el cansancio de quienes luchan por una Honduras mejor sin ver resultados.>>
Esta crisis se traduce en cifras del Banco Mundial: <<En Honduras más del 60% de la población vive en pobreza y en las zonas rurales uno de cada 5 hondureños vive en pobreza extrema (menos de un US$1.90 al día). A pesar que las perspectivas económicas son positivas, Honduras enfrenta los niveles más altos de desigualdad económica en Latinoamérica…, además de las tasas de crimen y violencia más altas del mundo[1].>> Esto sin mencionar la crisis en el sector salud, educación, el agro y la lista sigue.
Los hondureños no tenemos una vida mejor, y este hecho se refleja en la migración. Para el 2014, 1.2 millones de compatriotas ya vivían en el extranjero, en su mayoría indocumentados[2]. Cinco años después, el fenómeno de la migración ha incrementado exponencialmente y es aún más alarmante ya que se ha registrado un aumento en niños y niñas migrantes no acompañados, así como la movilización de unidades familiares[3].
Las personas no huyen de su patria, huyen de la pobreza, el desempleo y la violencia.
Frente a este panorama la pregunta para usted y para mi es ¿Por qué existe tanta desigualdad en un pueblo que, en su mayoría, se identifica como practicante de la fe en Dios?, ¿por qué permitimos tanta iniquidad?
Oramos por la paz en Honduras pero nos mantenemos al margen, viviendo “en la otra Honduras” en la que todavía existen algunas oportunidades, para algunas personas… en la que todavía se come.
Nos adaptamos para vivir en medio de la inestabilidad, la incertidumbre e injusticias, en muchas ocasiones como pueblo asumimos que las crisis no tienen remedio y hasta se consideran “normales”. Ajenos al resto, ocupados en lo propio, olvidamos que los derechos y libertades que gozamos hoy son frutos de luchas sociales libradas en las calles del mundo. Olvidamos que los derechos se conquistan una vez, pero se defienden todos los días.
La historia nos enseña que la construcción de una sociedad justa y en paz comienza por sus ciudadanos en la cotidianidad de sus vidas. Por tanto, estamos llamados a denunciar las injusticias que ocurren en nuestra casa, trabajo, aula de clases, en la calle y en las iglesias.
Estamos llamados amar. Y ese amor nos hace defender a quienes soportan diariamente los atropellos y humillaciones, estar del lado de quienes no tienen las mismas oportunidades. Ese amor nos involucra más allá del asistencialismo y las limosnas, nos mueve a cuestionar, protestar y actuar para renovar las estructuras y sistemas de nuestro país en favor de la dignidad humana.
Tal como lo haría Jesús si fuera hondureño.
Nuestro silencio nos convierte en cómplices. Nuestra indiferencia mata.
[1] Fuente: https://www.bancomundial.org/es/country/honduras/overview Datos actualizados el 04 de abril 2019.
[2] Fuente: https://www.elheraldo.hn/hondurenosenelmundo/617067-299/honduras-con-12-millones-de-migrantes-en-el-mundo
[3] Fuente: https://www.laprensa.hn/honduras/1176735-410/aumento-migracion-hondure%C3%B1os-eeuu-caravana-migrantes