Escrito por p. Francisco Murcia. El Salvador- Guatemala
Yo tenía 12 años cuando murió mi madre.
Ella sufría de convulsiones y yo la cuidaba todo el tiempo.
Me rebelé contra Dios, exigiéndole que me la devolviera. Unos años más tarde, participe de un retiro de jóvenes donde por primera vez dejé hablar a Dios; desde el corazón de mi tormenta, desolación y rabia me dijo: “Todo ocurre para bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). No tenía que reclamar el porqué, sino descubrir el para qué.
Dios tiene un plan y para llevarlo a cabo a veces nos hace pasar por el dolor y la prueba como le sucedió a Job, que perdió a sus hijos, sus bienes y su propia salud; y con su cuerpo desnudo se encontró cara a cara con Dios.
A inicios de este año nos sorprendió la pandemia del Covid 19 y ha sido un tiempo de crisis para todos. Algunos han perdido sus fuentes de ingresos, otros la salud y otros lamentablemente han fallecido víctimas del coronavirus o diferentes enfermedades que padecían. Algunas de estas personas fueron cercanas y muy queridas. En el contexto del distanciamiento social, padres, madres, abuelas y abuelos han muerto solos, sin poder ser abrazados ni despedidos. Muchas familias estamos en duelo, ¿cómo vivirlo de forma consciente y creyente?
Quienes hemos pasado por el dolor y el luto sabemos que ante esos acontecimientos que desgarran el alma, no caben las preguntas y los reclamos sino solo el silencio orante para permitir que Dios nos revele su Plan de salvación y de amor. Aquellas mujeres que lloraban junto al sepulcro la muerte del Maestro, el Señor se les aparece y las convierte en las primeras testigos del resucitado. A mí también, a raíz de la muerte de mi madre, me convirtió en testigo y ministro de su misericordia a través de la vocación sacerdotal.
“El ángel dijo a las mujeres: «no teman, sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado como había dicho. En eso Jesús les salió al encuentro en el camino y les dijo: «Alégrense» Las mujeres se acercaron, se abrazaron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo en seguida: «No tengan miedo. Vayan ahora y digan a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allí me verán. (Mt 28, 5-10)… »
“Alégrense”, es la primera palabra del Resucitado para aquellas adoloridas mujeres que acuden al sepulcro para ungirlo. El Señor sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y consolarlas en medio de su aflicción y angustia (cf. Jr 31,13). En momentos de crisis, debemos dejarnos encontrar por Él para que transforme nuestro luto en danzas (cf. Salmo 30,11).
Si estás viviendo un tiempo de desolación quiero que sepas que hoy Dios también sale a tu encuentro. Él te acompaña en medio de situaciones sin sentido o injustas. No luches por tener respuestas al por qué. Espera. Las noches son largas pero no eternas. Como el alba marca el inicio del día, así la claridad de Dios ilumina la oscuridad que deja la ausencia.
Hermana, hermano cuentas con mi oración.