Somos Pueblo

Itinerario Cuaresmal

En la tercera semana de cuaresma te invito a reflexionar sobre nuestro rol en la comunidad a la que pertenecemos y el llamado que Dios nos hace desde esa realidad compartida con el prójimo. Para eso que mejor lectura que el libro del Papa Francisco Soñemos juntos, El camino para un futuro mejor, del cual te comparto algunos párrafos que considero oportunos.

<<Los tiempos de crisis y tribulación sacuden nuestros hábitos esclerotizados. El amor de Dios sale a purificarnos, a recordarnos que somos un pueblo. Así, en las primeras comunidades que sufrían  debido a la persecución, Pedro recuerda que “hubo un tiempo en que no éramos un pueblo, pero ahora somos el pueblo de Dios (1 Pedro 2,10). La cercanía de Dios en medio de la tribulación nos llama a estar unidos. De la misma manera, hoy, nuestro tiempo nos pide recuperar nuestro sentido de pertenencia, de sabernos parte de un pueblo.

¿Qué significa ser “pueblo”?

….  “Al inicio de la historia de todo pueblo hay una búsqueda de dignidad y libertad, una historia de solidaridad y de lucha. Para el pueblo de Israel, fue el éxodo de la esclavitud en Egipto. Para las naciones del continente americano, fue la lucha por la independencia”. Del mismo modo que el pueblo toma conciencia de su dignidad compartida en tiempos de conflicto, de guerra y adversidad, así también puede olvidar esa conciencia en tiempos de paz y prosperidad y el pueblo puede disolverse en una mera masa.  

Al inicio de la historia de todo pueblo hay una búsqueda de dignidad y libertad, una historia de solidaridad y de lucha. Photo by Pixabay on Pexels.com

Cuando esto ocurre, el centro vive a expensas de la periferia. El pueblo se divide en bandos que compiten entre sí y los explotados y humillados pueden arder de resentimiento frente a las injusticias. En vez de pensar en nosotros mismos como miembros de un solo pueblo, competimos por el poder y convertimos contraposiciones en contradicciones. En esas situaciones el pueblo ya no ve el mundo natural como una herencia a ser cuidada; los poderosos se aprovechan y extraen todo lo que pueden de la naturaleza sin dar nada a cambio. La indiferencia, el egoísmo, la cultura del bienestar autocomplaciente y las profundas divisiones dentro de la sociedad, que se desencadenan en la violencia, son todos signos de que el pueblo ha perdido la conciencia de su dignidad. Ha dejado de creer en sí mismo.

Así un pueblo debilitado y dividido se vuelve presa fácil para las más diversas colonizaciones. Aún si no está ocupado por un poder extranjero, en el fondo el pueblo ya entregó su dignidad. Ya dejó de ser protagonista de su propia historia.

Cada tanto, sin embargo, las grandes calamidades despiertan la memoria de esa liberación y unidad primigenia. Los tiempos de tribulación ofrecen la posibilidad de que aquello que oprime al pueblo, tanto interna como externamente, pueda ser derrocado y pueda comenzar un nuevo tiempo de libertad. No permitamos que en los próximos años digan que frente a la crisis del Covid-19 no pudimos actuar para restaurar la dignidad de nuestros pueblos, para recuperar la memoria y recordar nuestras raíces. En el modo de responder a este sufrimiento manifestaremos el auténtico carácter de nuestros pueblos..

En el modo de responder a este sufrimiento manifestaremos el auténtico carácter de nuestros pueblos.

Al despertar a la memoria de su dignidad,  nuestro pueblo  empieza a entender la insuficiencia de las categorías pragmáticas que han reemplazado la “visión profunda, el espíritu, el mito” que nos dio el verdadero modo de vivir. En el desierto, el pueblo de Israel prefirió el puro pragmatismo del becerro de oro a la libertad a la que el Señor los llamaba. Del mismo modo, nos hicieron creer  que la sociedad es tan solo un conjunto de individuos que buscan su propio interés; que la unidad del pueblo es solo una “ilusión”,  que somos impotentes ante el poder del mercado y del Estado y que el objetivo de la vida es ese lucro y el poder.

El término “pueblo” puede tener connotaciones contrarias en diferentes idiomas. Instrumentalizado por ideologías y aprovechado por políticas sectarias puede tener un trasfondo de totalitarismo o de lucha de clases. Hoy día se usa la retórica excluyente del populismo. Por eso, creo que es útil explicar lo que quiero decir cuando digo “el pueblo”.

Ser pueblo no es lo mismo que vivir en un país, pertenecer una nación o un estado. Más allá de la importancia que tienen esas entidades, sentirse parte de un mismo pueblo y ser unidos para crear un futuro mejor es siempre fruto de una síntesis  que genera un todo superior a sus partes. Aún si tiene profundos desacuerdos y diferencias, un pueblo puede caminar inspirado por metas compartidas, y así unido crear futuro. Tradicionalmente, un pueblo se reúne en asambleas y se organiza. Comparte experiencias y esperanzas, y oye el llamado a un destino común.

  • Conocernos como pueblo es ser consciente de algo más grande que nos une, algo que no puede reducirse a la identidad legal o física compartida.
  • Al hablar del alma de un pueblo, hablamos de una manera de ver la realidad, de una conciencia. Esta conciencia no es el resultado de un sistema económico o de una teoría política, sino de una personalidad que se fue forjando en momentos clave de su historia. Estos acontecimientos han marcado un fuerte sentido de solidaridad, de justicia y de la importancia del trabajo.
Cuando el pueblo reza y pide salud, trabajo, familia, escuela; un lugar decente donde vivir…sus intenciones sn revolucionarias. Photo by Garon Piceli on Pexels.com

Cuando el pueblo reza y pide salud, trabajo, familia, escuela; un lugar decente donde vivir; dinero suficiente para arreglárselas; paz entre hermanos y una oportunidad para los pobres, sus intenciones son revolucionarias…  El pueblo sabe de sobra que son fruto de la justicia.

Un pueblo, entonces, es una realidad viva, fruto de un principio integrador compartido. … Sólo podemos aproximarnos a él desde la intuición, entrando en su espíritu, su corazón, su historia y su tradición: su alma.

  • Ser “pueblo” es una categoría capaz de generar sinfonía a partir de la desconexión, de armonizar la diferencia conservando, a la vez, lo que es propio de cada uno. Por eso, hablar del pueblo es un antídoto a la tentación de crear élites, ya sean intelectuales, morales, religiosas, políticas, económicas o culturales. El elitismo reduce y restringe las riquezas que el Señor puso en la tierra, convirtiéndolas en posesiones para ser explotadas por algunos en vez de dones para ser compartidos.
  • Hablar de un pueblo es apelar a la unidad en la diversidad. Por ejemplo, las doce tribus de Israel, sin renunciar a los rasgos distintivos de cada una, se unieron en un solo pueblo armonizado en un eje común (Deut 26,5). El pueblo de Dios, en ese caso, asume y permite las tensiones, que son normales en cualquier grupo humano, sin que sea necesario resolverlas de modo que un elemento prevalezca sobre los demás.

Si ante el reto, no solo de esta pandemia sino de todos los males que nos acechan hoy, actuamos como un solo pueblo, la vida y la sociedad cambiarán para mejor. Eso no es solo una idea, sino un llamado para cada uno de nosotros, una invitación a abandonar el aislamiento auto-destructivo del individualismo, a salir de mi “lagunita personal” y volcarme al ancho cauce del río de la realidad y del destino del que soy parte, pero que también van más allá de mí.>>

Cf. el libro: Soñemos juntos, El camino para un futuro mejor, Papa Francisco

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