Del Hosanna a la Traición y la Gloria

Escrito por Juan Ramón Moncada p. m. e.

Tegucigalpa, Honduras

Con la bendición de las Palmas, y con el ya conocido Hosanna eh, Hosanna ah, este domingo damos inicio a lo que lo nuestra Madre Iglesia denomina “La Semana Mayor”. En esta semana celebramos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y, con ello, la redención de todo el pueblo de Dios.

La palabra “celebrar” tiene mucho significado para nosotros los cristianos de hoy, sin embargo, para la gente de Israel, y en especial para los seguidores de Jesús, no fue tan fácil llegar al nivel de comprensión de todos los acontecimientos vividos. Y es que ellos, según muestra la narrativa de los Evangelios, solo entendieron la esencia mesiánica de Jesús, y el reino que tanto proclamo, a través de una reflexión profunda del “evento de Jesús”.

La falta de entendimiento es lo que llevó a un grupo de gente a vitorearle como rey y a otro grupo a pedir su crucifixión, misma razón que llevo a sus apóstoles a abandonarle y, en el caso de Pedro, incluso a negarle. La desesperanza de no ver concretado en Jesús ese heredero de David[1], el líder que seguro liberaría a Israel de la dominación extranjera, llevó a Judas a traicionarle por unas cuantas monedas. Paradójicamente, las autoridades le condenaron porque vieron en la persona de Jesús al libertador que su pueblo no fue capaz de ver.

La cruz como signo de exaltación, victoria y vida. Fotografía http://www.cathopic.com

Todo lo anterior era más que necesario, según Jesús lo explica en la narrativa del camino de Emaús (Lc. 24; 13-35) para que el Mesías fuera glorificado. Pues bien, la recreación de todo lo antes creado en la persona de Jesucristo, hace posible que la cruz, antiguo símbolo de vergüenza, derrota y muerte, se convierta en signo de exaltación, victoria y vida.[2]

En una sociedad infestada de virus letales, tales como la pobreza y falta de oportunidades, la corrupción e impunidad, el abuso infantil, femicidios, crímenes de odio, violencia, inseguridad, la migración obligada, la narcoactividad, la ingobernabilidad, el abuso de poder, y otros tantos que son peores que el COVID-19 la desesperanza pareciera ser un común denominador de toda la población.

La ruta del Domingo de Ramos al Domingo de Pascua nos deja una clara lección: cuando las cosas cambian de bien a mal, y ya todo parece perdido, Dios viene siempre en nuestro auxilio, escucha nuestro clamor, nos saca de la fosa fatal si en el ponemos nuestra esperanza, por eso el hombre que pone su confianza en Dios le llamarán dichoso (Cf. Sal 40; 2ss.). Por tal razón, se vuelve indispensable para los cristianos de hoy regresar a nuestros orígenes y dejarnos instruir por la fuerza del Espíritu. Y es que Jesús es aquel que transforma todo, que renueva todo (Ap. 21; 5), el que hace posible lo que para los hombres es imposible (Cf. Lc. 18; 27).

Que el inicio de esta Semana Santa nos dé la oportunidad de reencontrarnos con aquel que es luz en la oscuridad, amor entre tanta gente que odia, verdad en medio de tanta falsedad, y vida en medio de la muerte. Ese camino hacia la cruz sea pues un camino de esperanza que nos conduzca a compartir la gloria y felicidad que solo encontraremos en Jesús.


[1] La esperanza de que Jesús seria el nuevo David se vio incrementada con la sanación del ciego Bartimeo en el peregrinar hacia Jerusalén, Cf.  Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI). 2020. Jesús de Nazaret: La Figura y el Mensaje. Bogotá: San Pablo. pg. 390.

[2] ACI Prensa, “¿Por qué la cruz?”, aciprensa.com,   

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