Escuchar y Gustar de Dios

Escrito por Andrés Dionne p.m.é

“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba,

 y me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por Ti.
Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo.

Me retenían lejos de Ti todas las cosas,

 aunque, si no estuvieran en Ti, nada serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera.

Brillaste y resplandeciste y pusiste en fuga mi ceguera.
Exhalaste tu perfume y respiré y suspiro por Ti.
Gusté de Ti y siento hambre y sed.
Me tocaste y me abraso en tu paz”.
San Agustín

Vivimos casi siempre en la corteza de la vida

En del siglo pasado, Karl Rahner decía que la Iglesia de hoy tiene un gran problema. Es «espiritualmente mediocre«. La gravedad de este problema ha provocado el aburrimiento, el desinterés y la deserción de muchas personas. De poco o nada han servido los intentos de renovar las instituciones, de cuidar la belleza de las liturgias y de usar métodos nuevos en la enseñanza.

No basta mejorar los ritos, las estructuras dándoles apariencia de novedad. Esto es un engaño si no va acompañado de un cambio interno y espiritual profundo.  El mundo actual ha apostado por «el exterior» por la “superficialidad”.

Saborear la vida, vivir del Espíritu de Dios Photo by Javon Swaby on Pexels.com

Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Todo nos invita a vivir desde fuera, a movernos con prisa, casi sin detenernos en nada ni en nadie, sin tomar el tiempo de contemplar, sin saber gustar la voz suave de Dios en el silencio.  La paz no encuentra rendijas para entrar en nuestro corazón.

Se nos está olvidando lo que es saborear la vida, vivir del Espíritu de Dios que nos permite ver lejos, en lo profundo, y que nos da ojos para penetrar las superficies materiales como si, por ojos, tuviéramos rayos X.  

El Espíritu nos lleva hacia dentro

Acoger el Espíritu de Dios quiere decir, dejar de hablar con un Dios lejano  y fuera de nosotros, y es aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Es dejar de pensar en Dios con la cabeza, y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser. El Espíritu nos lleva hacia dentro,  nos invita hacia el interior y nos hace profundizar en nosotros mismos y en Dios.

Es triste observar que incluso en las comunidades cristianas no se sabe cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de la experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma. Escuchamos palabras con los oídos y pronunciamos oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.

La Fuerza del Espíritu Santo nos lleva a tener intimidad con el Dios “Todo Otro” Photo by Rachel Claire on Pexels.com

Se termina cumpliendo como robots las prácticas religiosas tradicionales. En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿Dónde y cuándo los creyentes tienen la oportunidad de escuchar la presencia callada de Dios en lo más profundo del corazón?  ¿Dónde y cuándo acogemos al Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?

La Fuerza del Espíritu Santo nos lleva a tener intimidad con el Dios “Todo Otro” que nos ama y que nos estás más presente y cercano que nosotros mismos.

El que nos invita a tener familiaridad con Él, también nos empuja hacia el exterior y nos manda hacia toda periferia humana.  (cf Papa Francisco, homilía fiesta de Pentecostés 2018).  

Ustedes serán mis testigos

El Espíritu Santo nos hace creaturas nuevas y nos empuja a vivir la misión.  “Sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo”. ¡Qué hermosa figura! Ella nos recuerda el día de la creación (Gen 2,7), cuando Dios crea al ser humano con el  barro y luego sopla sobre él, es decir, le da su Espíritu, entonces vive.

El Espíritu nos lleva al exterior , hacia todo tipo de perfirerias. Photo by Sarwer e Kainat Welfare on Pexels.com

Pentecostés es un renacer, es volver a la vida  ahora plena en Jesucristo y  es vivir movido por Él.  Jesús sopla sobre nosotros y sobre la humanidad de hoy, nos comunica la fuerza de su Espíritu y en él nos da la vida en plenitud. El Espíritu crea y da vida. El Espíritu de la verdad libera del engaño y de la mentira. 

El Espíritu consuela e impulsa. Él renueva la faz de la tierra y los corazones de todos los seres humanos. El Espíritu nos transforma interiormente y nos hace dignos y capaces de prolongar su presencia en el mundo. Él nos envía a la misión y nos encarga de reconstruir la fraternidad que todos los “babeles de ayer y de hoy” han roto. “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.

Renovados interiormente y habitados con  la fuerza de su Espíritu, somos enviados. «Ustedes serán mis testigos» en Jerusalén, Samaria hasta los confines del mundo. El testigo no ha de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia.

Decía Ronaldo Muñoz;  ser testigo tiene que ver con lo que uno es, con lo que uno hace más que con lo que uno dice, más con la práctica que con el discurso, más con la irradiación que con las grandes teorías sobre Cristo. El testigo hace el mensaje creíble con la vida, no sólo con palabras.

Se puede y debe ser testigo en cualquier lugar. Photo by August de Richelieu on Pexels.com

También decía Ronaldo que, como misioneros, estamos llamados a ser testigos. Si un misionero no es testigo, se auto-engaña y engaña a los demás. Se puede y se debe ser testigo en cualquier lugar. Sin embargo, cuando el misionero va hacia el otro que es diferente por la raza, por la cultura, por el género, por la religión, expresa la vocación universal de la humanidad a vivir en paz y en fraternidad.   

Desde nuestras comunidades cristianas, seamos levadura y fermento de la humanidad nueva. Esta es la misión que hemos recibido de Jesús. Él nos ha enviado a trasformar este mundo y para esto nos ha dado el don por excelencia del Espíritu Santo.

¡Feliz día de Pentecostés!

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