Escrito por Andrés Dionne p.m.é.
El acontecimiento de la transfiguración nos hace ver lo que nos espera cuando termine nuestra subida espiritual. Allí, en el encuentro con Dios, nuestra humanidad llega a la iluminación. Se fortalece y se transforma para la misión.
Ante la perspectiva de la pasión en Jerusalén, Jesús invita a Pedro, Santiago y Juan a seguir subiendo con Él esta montaña abrupta. La misión de Jesús, como la ascensión del monte Tabor, exige esfuerzo y constancia. En esta ascensión, grande es la tentación de detenernos por cansancio físico, espiritual y ante las dificultades. Parece que no podremos llegar a la cima. Somos como los alpinistas que suben a la cima del monte Everest. Si no tenemos determinación, abnegación, esfuerzos y sacrificios nunca alcanzaremos la satisfacción de haber logrado el objetivo.

Así mismo no podemos detenernos en nuestra ascensión espiritual. Nuestra subida del monte exige que luchemos contra todo lo que en nosotros opaca y ensombrece nuestro ser.
Aunque parezca que no avanzamos no cedamos a la tentación de abandonar el camino. Estamos llamados a vivir la misión trabajando por un mundo nuevo de justicia, paz y fraternidad. Luchando contra la globalización de la injusticia, corrupción y la mentira; del individualismo, la indiferencia, del afán de poder y de la superficialidad, en una palabra: del pecado.
A pesar de que aparentemente la batalla parece estar perdida, no podemos desesperarnos y abandonar la subida. ¡Fijemos los ojos en Jesús! ¡Él ha vencido! Su transfiguración en el Tabor nos hace ver que nuestra misión no es inútil. La victoria de Jesús nos asegura que la luz de Dios iluminará nuestra persona transformada en Él y se llenará la humanidad de la gloria de Dios.

“Acercándose a ellos, Jesús los tocó y les dijo: Levántense. No tengan miedo” Este toque de Jesús nos libera de la confusión, de la desesperación y del miedo. Nos da serenidad, que es fruto del Espíritu de Dios. Nos ilumina y nos fortalece para la misión.
Iluminados y fortalecidos, los discípulos “bajaron del monte” hacia el valle. Es allí donde están los leprosos, los ciegos, los paralíticos. La misión continua a pesar de las dificultades y de los propios sufrimientos.
Sin duda alguna, para mantener nuestra fe firme, requerimos de voluntad y claridad de la meta por alcanzar; pero solo encontraremos en Jesús esa fuerza y las señales que nos orienten el camino, en la oración y nuestro anhelo de servirle.
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¡Gracias por tu comentario María Teresa!
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